El té como bebida puede estudiarse por sus propiedades terapéuticas, dietéticas, por sus aspectos culturales, económicos o políticos, pero en el caso inglés, el aspecto social es tanto o más importante que todos los anteriores. Sin conocer esa faceta del té sería imposible entender algunas características importantes de la sociedad inglesa de nuestros días.
En el primero de los artículos de esta serie habíamos dejado a la reina Catalina de Braganza introduciendo a la nobleza inglesa en la sofisticación y disfrute del consumo de esta bebida que había llegado a Portugal procedente de China. La aristocracia inglesa recibió encantada la novedad y la adoptó tanto por esnobismo como por las propiedades beneficiosas de la infusión. Las clases adineradas hacían ostentación, cuando recibían a visitantes, de ofrecerles té, una bebida cara, llegada de los confines del mundo, y que estaba asociada a la realeza.
Cuando, como vimos en el segundo artículo, el comercio del té comenzó a llevarse a cabo por mercaderes ingleses, sin intermediarios holandeses o portugueses, su precio se hizo más asequible y las teahouses se sumaron a las coffeehouses1 proporcionando bebidas calientes a personas de las clases medias y luego bajas, convirtiéndose en lugares de reunión e interacción social, en un país en el que durante buena parte del año una bebida caliente es una buena noticia. Las teahouses pasaron a ser centros de una actividad cívica y social de primer orden en las que se contaban historias, se cerraban negocios, se comentaban las noticias aparecidas en la prensa o se debatían ideas y que, como veremos, darían lugar a algunas de las más notables instituciones de la sociedad inglesa.
Sin embargo Carlos II, rey y marido de Catalina de Braganza, no estaba nada feliz con este curso de los acontecimientos por varias razones. Antes de la llegada del café, el chocolate y el té, los locales preferidos por los ingleses para socializar eran las alehouses, o public houses, donde la bebida que se servía era la cerveza. Los ingresos de la monarquía inglesa dependían en un porcentaje importante de los impuestos que se recaudaban precisamente sobre la cerveza, y de la sed aparentemente inagotable de sus súbditos, pero la llegada de las coffeehouses y teahouses (en las que no se servía alcohol) había desplazado significativamente a las alehouses en las preferencias del público, así que las arcas reales pronto notaron el descenso en sus ingresos, para alarma del Lord del Tesoro y del propio rey.
Por otro lado la monarquía inglesa acababa de ser restaurada en la persona de Carlos II, tras los años de las guerras civiles y el periodo republicano de Cromwell. El rey había estado exiliado en los Países Bajos y, a su regreso, sentía una notable inseguridad en su posición, la cual se alimentaba cuando de tanto en tanto se descubrían complots políticos (republicanos) y religiosos (católicos) para derribarlo, algunos de los cuales habían nacido precisamente en los lugares en los que se podía conversar mejor, es decir, las teahouses.
A causa de estas dos razones, Carlos II sentía aversión hacia el nuevo tipo de establecimiento que tanto gustaba a sus súbditos. El rey desplegó una red de espías que infiltraban las teahouses en busca de conversaciones descuidadas que delataran alguna conspiración; emitió en 1672 una proclamación en contra de las coffeehouses porque en ellas se fabricaban «noticias falsas» y se hablaba de «cosas sobre las que el pueblo no entendía». Pero a pesar de los esfuerzos reales, las teahouses se habían establecido sólidamente como parte de la vida cívica del pueblo inglés, de tal forma que, cuando en 1675 una orden real obligó al cierre de todas ellas, el clamor popular fue tal que al cabo de once días la orden fue derogada. Haciendo de la necesidad virtud, Carlos II estableció –sorpresa, sorpresa– elevados impuestos sobre el té.
Las teahouses llegaron a estar especializadas según la ocupación de sus parroquianos. En una de ellas a la que acudían los financieros nació la Bolsa de Londres, en la Lloyds Coffeehouse nació la famosa compañía de seguros, la Royal Society celebró su primera reunión en una de ellas, y había otras en las que se reunían los Whigs.
Un personaje universal como Sir Isaac Newton, que era una persona de trato difícil, y tremendamente inseguro era sin embargo parroquiano habitual de la Grecian Coffee House, en la que se dice que en una ocasión diseccionó un delfín. La importancia de las teahouses en los contextos político y científico de la época fue abrumador. Las nuevas teorías y descubrimientos científicos eran discutidos abiertamente en ellas, hasta el punto de que en aquellos tiempos recibieron el nombre de «penny universities», porque por el coste de una taza de té una persona podía formarse escuchando debatir a las mentes más brillantes del momento. Una discusión entre los matemáticos Halley, Wren y Hooke en una teahouse sobre las ecuaciones que regían las órbitas planetarias condujo a Halley a visitar a Newton y le proporcionó el incentivo para escribir su célebre Principia Mathematica.
Las teahouses no estuvieron sin embargo exentas de polémica social, más allá del disgusto real porque hubiera locales en los que se discutieran ideas políticas. A diferencia de las alehouses, las teahouses seguían la ley informal de no admitir la presencia de mujeres –y algunas de ellas fueron el antecedentes de los famosos clubes de caballeros tan típicos de la sociedad inglesa–. La clientela habitual estaba compuesta sólo de hombres y su actividad era tal que profesores universitarios expresaron su preocupación porque a los jóvenes estudiantes se les podía encontrar con más probabilidad en la teahouse que en el aula, los patrones pensaban que sus trabajadores pasaban allí demasiado tiempo y, claro, las mujeres se quejaban de que sus maridos estaban más preocupados de las últimas noticias que se discutían en las teahouses que de atender a sus obligaciones conyugales –aunque había quien respondía que el té y el café tenían precisamente el efecto contrario–.
Como puede verse el consumo de té había calado en las clases populares, y tenía ya connotaciones políticas que lo aproximaban más al campo progresista (Whig) que al monárquico conservador. Siendo así, la inicial vinculación del té a las clases aristocráticas se había desvanecido, porque no representaba ya ningún signo de distinción, sino más bien todo lo contrario. Y había cambiado también de estar más vinculado al sexo femenino a estarlo al masculino, al menos en la esfera pública.
Pero esto iba a cambiar de la mano de un personaje de su época, Lady Anna Russell, Duquesa de Bedford, amiga de la infancia y dama de cámara de la Reina Victoria. Anna era una aristócrata diletante que ocupaba su tiempo cotilleando y difamando a otras damas de la corte británica. Sentía un disgusto personal por Lady Flora Hastings, una dama soltera de la corte. Con ocasión de que Lady Flora se quejó de sentir dolor abdominal, la duquesa difundió el rumor de que Flora estaba embarazada de Sir John Conroy, algo que se demostró falso cuando Lady Flora fue diagnosticada de cáncer y murió poco después. La investigación del rumor y posterior escándalo a buen seguro le habría costado la vida en un duelo de no haber sido mujer.
El caso es que durante la época victoriana la hora de la cena había ido poco a poco distanciándose de la de la comida, hasta llegar a la excéntrica hora de las ocho de la tarde, algo que muchos ingleses, y específicamente Anna Russel, encontraban difícil de conciliar con las exigencias de su metabolismo. En parte por esta razón y en parte por entretenimiento la duquesa inventó, a mediados de 1840, un refrigerio entre la comida y la cena, que incluía té, pequeños sandwiches y dulces. La Duquesa de Bedford había inventado el afternoon tea (té de la tarde), que tenía sus propias reglas.
Se consumía a las cuatro de la tarde, entre un grupo de damas de la alta sociedad, la bebida era té y la comida era ligera, porque su fin era fomentar la conversación. El afternoon tea (también llamado low tea) se celebraba en un salón con varios sofás de pocas plazas, cada uno de los cuales estaba asociado a una pequeña mesa baja en la que había una bandeja con un tipo de alimento, diferente en cada mesa, en formato pequeño que se pudiera manejar cómodamente con dos dedos. Estos alimentos eran pequeños sandwiches triangulares salados (pepino o huevo con berros), bizcocho, dulces de mantequilla, o scones. Cada dama disponía de su taza de té y, según su propio apetito del momento, iba a sentarse en uno de los sofás, que compartía con otra u otras dos damas mientras comía algo, y conversaba con ellas en un entorno semiprivado (porque las otras damas estaban sentadas en otros sofás del salón). Cuando una dama había acabo su pequeño tentempié o le interesaba cambiar de conversación, se trasladaba a otro sofá en función de su siguiente apetito, y compartía allí conversación y tentempié con otras de las asistentes.
El afternoon tea2 tuvo tanto éxito que pasó de ser una moda aristocrática a convertirse en una tradición inglesa que dura hasta nuestros días. Una vez más una dama aristocrática había conquistado a las clases altas utilizando el té como elemento social. Todas las damas de cualquier nivel social de la Inglaterra victoriana quisieron participar en un rito tan civilizado y que les daba oportunidad de intercambiar información de una manera tan distinguida y socialmente aceptable. Y, ¿por qué no decirlo?, los caballeros encontraron también en el té de la tarde la forma de navegar las interminables horas que van desde la comida hasta la cena sin pena para sus estómagos.
Durante la Segunda Guerra Mundial el gobierno británico compró todo el té disponible en el mundo. Las tropas británicas en todo el planeta disponían de sus bolsas de té para confortarse durante sus campañas, socializar y mantener el espíritu alto. En 1942 la RAF lanzó sobre los Países Bajos, ocupados por Alemania, 75.000 bombas de té, conteniendo bolsitas de té envueltas en la bandera de la antigua Compañía Holandesa de las Indias Orientales, y conteniendo mensajes de ánimo en los que se anticipaba un futuro de libertad.
Hasta el día de hoy el té sigue siendo en la sociedad inglesa algo que trasciende a una mera bebida y está presente en cada ocasión social. ¿Hay que derrotar a Hitler? Lo primero es preparar el té. ¿Celebrar el jubileo de la reina? No sin una taza de té. ¿Enterrar a un amigo? Taza de té. Si alguien visita un hogar inglés, a buen seguro lo primero que se le ofrecerá al llegar será una taza de té. No hay pena que un té no pueda aliviar o alegría que no merezca ser celebrada con una taza de té. Es, más allá de una infusión, un territorio común interpersonal y un símbolo del carácter de una nación.
Historia del té en Inglaterra (y IV): Tradiciones inglesas sobre el té
1 El té desplazó muy pronto al café en las preferencias del público inglés, aunque los establecimientos que lo servían eran llamados ya coffeehouses. En este artículo emplearemos los términos de forma intercambiable.
2 El afternoon tea no debe ser confundido con el high tea, que es de un propósito completamente diferente, y del que hablaremos en el siguiente artículo de la serie.